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Treinta años de cumbres climáticas: ¿seguimos negociando el fin del mundo?

  • Foto del escritor: Planeta B
    Planeta B
  • hace 1 minuto
  • 3 Min. de lectura

Han pasado tres décadas desde aquella primera cumbre climática que prometía salvar al planeta. Treinta años de discursos solemnes, metas “históricas” y fotos de familia en auditorios cada vez más climatizados.


Mientras tanto, las emisiones globales siguen subiendo, el consumo de combustibles fósiles no cede y el termómetro global amenaza con sobrepasar el punto de no retorno.


El panorama invita a una reflexión incómoda: ¿qué hemos logrado realmente tras treinta años de “acción climática”? Y más importante aún, ¿a quién le sirve mantener vivo este ritual diplomático que avanza con la misma lentitud con la que se derriten los polos?


Entre cifras alentadoras y realidades incómodas


Los datos son tercos. Desde la primera COP, las emisiones han crecido un 34%. Sí, el mundo ha visto una explosión en el uso de paneles solares y vehículos eléctricos, y la inversión en energías limpias ya supera los dos billones de dólares al año.


Pero el consumo de carbón, gas y petróleo continúa prácticamente intacto, empujado por la expansión industrial, la inteligencia artificial y la insaciable demanda energética global.


A pesar de las promesas, los compromisos climáticos actuales no bastan para mantenernos por debajo del umbral de 1.5 °C acordado en París.


Algunos años ya hemos cruzado esa línea, y los países más vulnerables —islas, regiones costeras, zonas agrícolas dependientes del clima— pagan el precio con desastres cada vez más frecuentes.


La narrativa oficial es optimista: “vamos en la dirección correcta”. Pero cuando el progreso se mide más en páginas de informes que en vidas protegidas, algo se está haciendo mal. Como reconoció un delegado panameño: “Estamos ahogados en papeles, no en soluciones.”


Burocracia climática: el elefante en la sala


Las cumbres climáticas se han convertido en una mezcla de esperanza y trámite. Todos los países deben estar de acuerdo para que algo avance, lo que garantiza que casi nada cambie. Las decisiones se diluyen en negociaciones infinitas, y las declaraciones finales parecen redactadas por comités que temen más a las palabras que al calentamiento global.


Mientras tanto, algunos líderes prefieren reescribir la historia. Estados Unidos ha oscilado entre la participación y el negacionismo, dependiendo del humor presidencial. China y la India, aunque líderes en renovables, siguen expandiendo su consumo de carbón.


Europa se presenta como pionera verde, pero su huella de carbono importada —lo que consume fuera de sus fronteras— cuenta otra historia.


El resultado: un sistema multilateral atrapado entre la diplomacia y la inercia, donde los compromisos se celebran más que los resultados.


La paradoja del progreso


Sería injusto negar los avances. La tecnología ha hecho en una década lo que la política no logró en tres: bajar los costos de las renovables, electrificar la movilidad y demostrar que otra economía es posible. El problema es que ese progreso compite con un modelo energético que se niega a morir.


Hoy, el crecimiento de la energía limpia apenas compensa la nueva demanda, pero no sustituye lo viejo. Las renovables avanzan, sí, pero los fósiles resisten. Y como si fuera una tragicomedia, los mismos gobiernos que anuncian objetivos net zero siguen otorgando licencias de exploración petrolera.


Quizá el fracaso más profundo no sea el de las cumbres, sino el de nuestra capacidad colectiva para aceptar que el cambio requiere renuncia: a la comodidad, al crecimiento sin límites y al espejismo de que la tecnología nos salvará sin tocar los cimientos del sistema.


¿Qué pensamos en #PlanetaB?


Treinta años después, la pregunta no es si las COP han fracasado, sino si nosotros seguimos creyendo en su poder redentor. Las cumbres climáticas son necesarias, pero ya no suficientes. Su función debería ser la de un catalizador, no un sustituto de la acción real.


Creemos que la diplomacia climática solo tendrá sentido si se mide por su impacto y no por su duración. Los gobiernos deben dejar de “negociar” el futuro y empezar a construirlo.


Y el sector privado, que hoy lidera muchas de las transformaciones, debe hacerlo con responsabilidad, no como una estrategia de marketing verde.


No hay Planeta B, pero sí hay otro camino. Uno donde la coherencia deje de ser opcional. Donde los informes se traduzcan en acciones y las promesas, en resultados tangibles. Y donde cada ciudadano, empresa y gobierno asuma su parte sin esperar a la próxima cumbre para empezar.


📷REUTERS/Adriano Machado

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