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1.5°C: La temperatura de un autoengaño

  • Foto del escritor: Planeta B
    Planeta B
  • hace 2 minutos
  • 2 Min. de lectura

Diez años después del histórico Acuerdo de París, la gran promesa del 1.5 °C empieza a parecer más un ejercicio de fe que una estrategia climática.


Gobiernos, empresas y organismos internacionales siguen invocándola con solemnidad, aunque todos —en privado— saben que el termómetro ya cruzó la línea.


En #PlanetaB miramos de frente esta contradicción: ¿sirve seguir repitiendo el mantra del 1.5 °C cuando los datos dicen lo contrario? O peor aún, ¿no estaremos utilizando una meta imposible para justificar la inacción?


Un número convertido en religión


En 2015, la humanidad acordó lo impensable: contener el aumento de la temperatura global por debajo de 1.5 °C. Sonó poético, heroico incluso.


Pero ese número, tan redondo y moralmente impecable, nació más de la diplomacia que de la ciencia. Fue el grito de auxilio de los países insulares que se ahogan mientras otros debaten presupuestos de carbono.


Desde entonces, el 1.5 °C se convirtió en dogma. Nadie se atreve a cuestionarlo en público: es políticamente incorrecto, casi una blasfemia climática.


Los datos ya no son tímidos


El último informe de Naciones Unidas es brutalmente claro: si seguimos como hasta ahora, el planeta se calentará más de 3 °C este siglo.


Eso coloca el objetivo del 1.5 °C en la misma categoría que las dietas milagro o la paz mundial: todos dicen creer en ella, nadie sabe cómo lograrla.


Lo paradójico es que mantener vivo ese objetivo podría estar frenando los avances reales. Políticos y corporaciones lo usan como escudo para seguir prometiendo “neutralidad de carbono para 2050”, una fecha que, por cierto, llegará mucho después de que los glaciares terminen de derretirse.


Entre el símbolo y la parálisis


Defensores del 1.5 °C argumentan que el número inspira acción, y es cierto: ha servido para crear conciencia y presionar compromisos.


Pero también se ha vuelto un anestésico moral. Una excusa para mantener la esperanza sin asumir los costos del cambio.


Y mientras tanto, los indicadores se acumulan: emisiones en alza, metas incumplidas, subsidios fósiles intactos. El objetivo que debía ser una brújula terminó siendo un espejismo.


Si no es 1.5 °C, ¿entonces qué?


Tal vez el punto no sea renunciar a la meta, sino ponerla en su lugar. Tratarla como lo que realmente es: un recordatorio simbólico, no una profecía incumplible.


Necesitamos hablar menos de grados y más de decisiones.


  • ¿Cuándo cerrarán definitivamente las plantas de carbón?

  • ¿Qué modelo económico reemplazará la adicción al crecimiento?

  • ¿Qué haremos con las regiones que ya no podrán producir alimentos o mantener población?


La conversación incómoda aún no empieza.


¿Qué pensamos en #PlanetaB?

Creer en el 1.5 °C ya no es señal de esperanza, sino de negación elegante. El planeta no necesita más declaraciones heroicas; necesita planes que sobrevivan a los titulares.


Creemos que aceptar la realidad no es rendirse, es empezar a actuar con sentido. Si el termómetro ya rompió la promesa, que al menos no se rompa la voluntad. La verdadera meta no es mantenernos por debajo de 1.5 °C, sino por encima de nuestra propia complacencia.

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