Noruega y su apuesta forestal multimillonaria: ¿salvación climática o déjà vu financiero?
- Planeta B

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En cada COP surge un nuevo anuncio que promete cambiarlo todo. Fondos históricamente grandes, compromisos solemnes, cifras redondas que buscan aliviar conciencias… y, de vez en cuando, hasta proteger bosques.
Esta vez no es diferente. El Congo Basin —el eterno “segundo pulmón” del planeta— vuelve a concentrar reflectores con dos iniciativas que suenan tan ambiciosas como familiares.
Un nuevo ciclo de promesas millonarias
En la COP30 se anunciaron dos grandes iniciativas: el Tropical Forest Forever Fund (TFFF), liderado por Brasil con 6.7 mil millones de dólares, y el recién lanzado Canopy Trust, que ya reúne 93 millones, con la ambición —muy elegante, pero aún lejana— de movilizar 1,000 millones para 2030.
Noruega, fiel a su tradición de “financiar soluciones climáticas mientras continúa exportando petróleo” (detalle que rara vez estropea sus discursos), es el principal contribuyente de ambas.
Su meta declarada: incentivar baja deforestación, crear mercados sostenibles y, sobre todo, “des-riesgar” inversiones para pequeñas empresas forestales del Congo Basin.
El ministro noruego de Medio Ambiente, Andreas Bjelland Eriksen, lo resume con claridad: el éxito no se medirá en conferencias, sino en si las comunidades finalmente reciben lo que llevan años pidiendo—acceso directo a financiamiento, propiedad local y beneficios reales.
El eterno problema: muchos fondos, poco impacto
Durante dos décadas el Congo Basin ha visto desfilar iniciativas: el Congo Basin Forest Fund, CAFI, el GEF, ECOFAC, programas europeos, asiáticos, multilaterales… todos con promesas robustas y resultados desiguales.
El patrón se repite: muchos mecanismos, escasa claridad, flujos lentos y una distribución que rara vez llega a quienes habitan los bosques.
El Canopy Trust asegura tener la fórmula que faltaba: invertir en etapas tempranas, asumir riesgos que la banca privada no quiere tocar y preparar proyectos para que eventualmente sí sean financiables.
Suena bien. Aunque, claro, también sonaba bien la versión anterior.
La gran incógnita es si esta vez la arquitectura institucional logrará evitar los mismos tropiezos: burocracia, falta de transparencia, prioridades desconectadas de la realidad local y la obsesión por medirlo todo menos el bienestar de las comunidades.
La visión noruega: complementariedad… y mucha paciencia
El ministro Eriksen insiste en que esta no es “otra caja más”. Según él, CAFI y Canopy Trust se complementan: uno paga por mantener bosques en pie y apoyar producción primaria; el otro construye cadenas de valor, conecta mercados y escala negocios locales.
Además, recalca que Noruega ya ha desembolsado más de 5 mil millones de dólares en protección de bosques tropicales. Y que sí, funciona… aunque la región aún enfrenta desafíos estructurales, proyectos no bancables y marcos regulatorios débiles.
En otras palabras: el dinero está, pero el impacto tarda. Mucho. Y no está garantizado.
Des-riesgar para que otros arriesguen
La gran apuesta del Canopy Trust es invertir en proyectos demasiado verdes (irónicamente) para atraer inversionistas privados. Aporta capital concesional para convertir ideas prometedoras en proyectos escalables que más adelante sí puedan financiarse.
También promete priorizar pequeñas y medianas empresas locales, evitando que el beneficio se concentre en grandes corporaciones. Es una buena visión, aunque todavía falta ver si el fondo sabrá resistir la tentación —muy común— de financiar lo más fácil, no lo más necesario.
¿Y las comunidades? ¿Y la adaptación?
El ministro enfatiza que los mecanismos están diseñados para llegar “directo al territorio”.
Sin embargo, organizaciones locales suelen señalar que el acceso sigue siendo burocrático, técnico y poco amigable para quienes no hablan el idioma —y no me refiero al francés o inglés, sino al dialecto global del financiamiento climático.
En teoría, la preservación de bosques ayuda tanto a mitigación como a adaptación. Pero África sigue reclamando que la balanza se inclina hacia la mitigación global, no hacia la supervivencia local. Noruega asegura que está triplicando su financiamiento de adaptación. Ojalá.
Fragmentación: ¿riqueza de opciones o ruido administrativo?
Nadie quiere más fondos solo por tener más logos. El propio Eriksen admite que la proliferación de mecanismos puede ser ineficiente.
Pero argumenta que cada uno cumple una función distinta:– TFFF: incentiva bajas tasas de deforestación.– CAFI: apoya producción sostenible.– Canopy Trust: impulsa empresas y valor agregado.
En el papel, parecen piezas de un mismo rompecabezas. El reto es que en la práctica no terminen siendo piezas de distintas cajas.
¿Qué pensamos en #PlanetaB?
La apuesta noruega es audaz, necesaria y, sí, bien intencionada. Pero ningún fondo, por grande o glamuroso que sea, puede reemplazar lo esencial: gobiernos fortalecidos, comunidades empoderadas y una cadena de valor justa.
Los bosques no necesitan más powerpoints; necesitan resultados. Necesitan que el “des-riesgue” no sea solo para inversionistas, sino también para las comunidades que llevan décadas absorbiendo los riesgos de un sistema que promete mucho y entrega poco.
Creemos que la vigilancia ciudadana, la transparencia radical y la presión constante son indispensables para que mecanismos como el Canopy Trust cumplan su misión.
La protección del Congo Basin no puede seguir siendo un ejercicio diplomático: debe convertirse en una realidad económica y social para quienes lo habitan.
El llamado es simple: menos ceremonias, más impacto; menos fondos nuevos, más resultados verificables. El bosque no puede esperar a que por fin nos pongamos de acuerdo.
📷Earth Org








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