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Cumbre del Plástico: cuando el planeta se juega su última carta... y algunos piden prórroga

  • Foto del escritor: Planeta B
    Planeta B
  • 14 ago
  • 2 Min. de lectura
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Un juego "diplomático" con el planeta como tablero


Desde el 5 de agosto, 185 países han convertido a Ginebra en el epicentro de la negociación ambiental más tensa del año: el primer tratado global para frenar la contaminación por plásticos.


Tras tres años y cinco rondas de diálogo, las delegaciones intentan construir un puente entre dos orillas políticas que parecen separadas por un océano… repleto de basura.


Por un lado, el High Ambition Coalition, liderado por naciones como Kenia, exige medidas audaces para reducir la producción y eliminar ingredientes tóxicos. Del otro, el Like-Minded Group, encabezado por potencias petroleras como Arabia Saudita, Kuwait, Rusia e Irán, insiste en que el enfoque debe limitarse a la gestión de residuos.


Traducción: no toquemos la llave del petróleo, hablemos solo de recoger la basura.


Macron entra en escena (y Twitter, perdón, X, toma nota)


Con la sutileza de quien sabe que los minutos importan, el presidente francés Emmanuel Macron lanzó la pregunta incómoda: "¿Qué estamos esperando para actuar?" Nada como recordar que 15 millones de toneladas de plástico terminan en el océano cada minuto para incomodar a quienes todavía buscan “más tiempo para pensar”.


Mientras tanto, el presidente de las negociaciones, Luis Vayas Valdivieso, intentaba presentar un nuevo borrador. El problema: su propuesta anterior fue destrozada en tiempo récord por ambas partes. Para los ambiciosos, era un texto vacío. Para los cautos (o más bien, los protectores del petróleo), cruzaba demasiadas “líneas rojas”.


Reloj en cuenta regresiva (y paciencia en números rojos)


Las horas finales se parecían más a un maratón de reuniones a puerta cerrada que a un proceso ordenado de construcción diplomática. Greenpeace, siempre elocuente, advirtió que “estas horas son críticas”.


Otros fueron más gráficos: solo quedan dos escenarios —malo y muy malo— con una gran cantidad de fealdad en el medio.


Y mientras las discusiones se estiran, los microplásticos siguen colonizando todo: desde la cima del Everest hasta el fondo de las fosas oceánicas, pasando por casi cada rincón del cuerpo humano.


¿Qué pensamos en #PlanetaB? la política del aplazamiento


En este juego, el planeta es el único jugador que no puede pedir tiempo muerto. Resulta fascinante —en el sentido más irónico posible— que ante una crisis ambiental y de salud pública de esta magnitud, el principal debate no sea qué hacer, sino cuánto podemos posponer hacerlo. Cada reunión prolongada, cada borrador debilitado y cada “línea roja” son minutos que el océano no recuperará.


La historia nos ha enseñado que los grandes acuerdos casi nunca son perfectos desde el inicio. Sin embargo, esperar un tratado que deje felices a todos es como esperar que un vertedero huela a jazmín.


Es hora de que los países con verdadera ambición dejen de intentar convencer a quienes no quieren ser convencidos y comiencen a construir un texto que, aunque imperfecto, ponga en marcha la maquinaria de cambio.


El plástico no negocia. No espera. No se cansa. Y nosotros, como sociedad, tampoco deberíamos. Presionar a nuestros líderes para que actúen con visión y valentía no es un gesto simbólico: es una necesidad de supervivencia. Porque cuando el reloj ambiental llegue a cero, no habrá segundo intento… y el océano ya no estará en condiciones de escucharnos.


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